LAS FOCAS DE DON LUIS

La Metáfora de las Focas de Don
Luis
Por: Edward Pérez
LAS FOCAS DE LUIS
En la incipiente isla, llamada Domingo
Santo, en el año 1525, el circo de Don Luis. No era un circo cualquiera; Don
Luis, un hombre de mirada profunda y sin bigote, había traído la magia del
oriente medio. Cada atardecer, cuando el sol teñía de oro las palmeras, la
función comenzaba con el retumbar de los tambores. Aparecía primero Roquelita,
la contorsionista, una jovencita de baja estatura, y sonrisa tatuada, doblando
su cuerpo de formas imposibles que dejaban a todos boquiabiertos. Le seguía un
personaje apodado el guacamayo, un forzudo que levantaba pesas hechas con
barriles de ron y anclas de barco, mientras sus seguidores lo animaban con
gritos y adulaciones.
Pero la verdadera estrella era
Chiripa, un mono capuchino que años antes se había retirado de los escenarios,
chiripa, con su chaleco a cuadros y su sombrero de copa, hacía malabares con
cocos y plátanos, e incluso se atrevía a caminar sobre una cuerda floja sujetada
por dos payasos del pasado, arrancando carcajadas con cada tropiezo fingido y
todo por seguir en el espectáculo.
Entre todos los personajes había
uno que era especial por su timidez, al cual lo llamaban Colladín, era de voz
suave y su número en el circo aún no estaba definido, ya que este entendía que
no necesitaba ningún talento porque él había nacido para dirigir la carpa.
Chiripita, hija del mono capuchino
Chiripa, quien pensaba que, por ser hija de un mono gracioso, todos la iban a
seguir y aplaudir, ya que ella entendía que los chistes y los malabares ella
los llevaba en la sangre.
Ya para el año 1525. Había
llegado la modernidad y con ella las estrategias de negocios y publicidad, y
por tal razón, don Luis movía el circo de pueblo en pueblo con un grupo grande
de focas, no por sus malabares o piruetas, sino por el simple acto de aplaudir,
ellas mismas al final de cada número.
Don Luis, con mirada profunda, entendía
la lección. Entre murmullos y adulaciones, él deducía que las focas solo
validaban su acto.
Así, las focas se convirtieron en
la metáfora viviente de la aprobación y el reconocimiento. Demostrando a menudo
que son aquellos aduladores con aplausos pagados los que elevan el ego y nublan
la vista de los dueños de los circos.

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